BOBE DE MARCELA HOFFER
“Bobe” es una muestra que reúne 30 obras de la artista argentino estadounidense, Marcela Hoffer y se inaugurará el jueves 21 de diciembre a las 18 hs en el Museo Judío de Buenos Aires, Libertad 769.
Esta exposición nace del deseo de rendir homenaje a Rushke Honig de Hoffer, abuela paterna de Marcela, una mujer que dejó la Varsovia de entreguerras y llegó a Buenos Aires con 26 años, para no regresar nunca más.
El objetivo central, es que a través de esta exposición se replique un homenaje a todas mujeres que migraron, se exiliaron, atravesaron mundos y pegaron historias para componer y recomponer nuevas vidas.
En esta puesta en escena, Marcela se vale del collage, como metáfora de la pulsión por pegar y reparar los cortes. Como medio artístico para expresar estos viajes desde el dolor y la herida del exilio y el desarraigo, hasta la posibilidad de sembrar raíces en nuevas tierras, en busca de libertad y esperanza.
La muestra se completa con cuatro obras del colectivo Ajat, integrado por Marcela y Martina Charaf, quien además suma otros seis collages, presentados originalmente en el Libro Panska.
MEMORIA de Boris Lurie
Testimonio del horror
El Museo Judío de Buenos Aires le da la bienvenida a la obra de Boris Lurie, un artista que fue testigo y víctima del mayor horror de la historia del pueblo judío. De una brutal honestidad, tomó posición a través de su arte y su compromiso con la verdad.
El primer contacto con la obra de Boris Lurie lo menos que produce es malestar, no ya en el sentido freudiano, sino una reacción que remite a lo escatológico, visceral, ancestral y primitivo. Esta experiencia nos impulsa a abandonar nuestra zona de confort y adentrarnos en las profundidades de un alma dañada por algo que nunca llegaremos a comprender. Esa no comprensión posiblemente sea el punto de contacto con el artista, se siente el latigazo de su experiencia, la cual no podemos nombrar ni explicar. Los campos de concentración, las masacres, la muerte de su madre, abuela, hermana y primer amor marcaron su existencia.
La palabra trauma se presenta con una vehemencia tal que deja perplejo al observador y aun así es difícil dejar de mirar. Freud consideró como trauma a un acontecimiento cuyo caudal pulsional excesivo sobrepasa la capacidad de tramitación del aparato psíquico. La “Serie de la guerra” de los años 1946/1950 revela al artista con vocación de reportero gráfico, descarnado, ya vacío, teñido de horror y tormento. Resalta las figuras fantasmagóricas con tizas y pasteles acentuando el carácter sombrío de las escenas. El trazo desmaterializado y desnudo de algunos dibujos y bosquejos se posiciona en el papel de una manera lateral, dislocada. En estos el lenguaje plástico es austero, contenido, pero impacta ciertamente haciendo ecos de la experiencia de la angustia que tan bien describe Heidegger en la noción de Stoss: este ‘choque’ que produce en el observador la obra de arte está relacionado íntimamente con la experiencia de angustia. La angustia sobreviene al Da-sein cuando registra la insignificancia del ‘mundo’ -como aquello que no remite a nada-.
Entrar en el mundo de Boris Lurie podría ser un acto de voyeurismo, sin embargo es un acto de fe. Una promesa de purgatorio, expiación del pecado de ser, de existir, de sobrevivir y continuar la vida en un mundo banal vaciado de sus afectos más tiernos y profundos. El desafío de vivir en la sociedad consumista neoyorquina de la post guerra, donde no había lugar para hablar del Holocausto, fue modelando su personalidad poco afecta a complacer. El espanto había limado sus pulsiones hasta que lo vano se volvió insoportable. Su derrotero es sincrónico con la historia del arte, tributario del expresionismo alemán, sus trabajos de la primera época exultantes de densidad gráfica conforman un estilo acorde a los tiempos de una Europa azotada por desatinos y flagrancias.
Con la serie de «Mujeres Desmembradas» comienzan sus preocupaciones relacionadas al cuerpo femenino. La sensualidad cede su lugar a cuerpos inmóviles, estáticos, distorsionados, en tortuosas poses carentes de naturalidad. Todavía está muy fresco en su memoria el recuerdo de los horrores padecidos en los campos donde se daba la batalla de Eros y Tanatos. La socióloga Dominique Frischer expresa que los sobrevivientes se sumían en un “silencio estructurante” no durante los primeros meses, o siquiera los primeros años. Durante décadas. Porque, dice ella, es el que ha permitido la continuación de la vida. Ese silencio en Boris Lurie, no aplica en el sentido literal, sin embargo es más que evidente que la opción de callar encarnó una rebelión silenciosa mediante su proceso creativo y la gestación de la alegoría y símbolo del NO art!. Ese slogan que hace callar enfáticamente descomprime su trauma encapsulado en las profundidades de su ser e invade el territorio pictórico ya emancipado de cualquier intento de representación.
Desmarcándose del arte que promovían los grandes críticos,entre ellos Clement Greenberg muy cercano a Jackson Pollock, Lurie, en 1959 junto a Stanley Fisher y Sam Goodman funda el movimiento NO! Art al que se le sumarán, los artistas Rocco Armento, Isser Aranovici, Erró, Yayoi Kusama, Enrico Baj, Herb Brown, Allan D´Arcangelo, Erró, Dorothy Guillespie, Esther Morgestern Gilman, Allan Krapow, Yayoi Kusama y su gran amigo Wolf Vostell. Este movimiento se formó como pièce de resistance ante la consolidación del Expresionismo Abstracto y el Pop art como el arte dominante en el mercado del arte americano. Su propuesta era eminentemente política y anti estética. No a la guerra, no a las mujeres objeto, no a la cultura consumista americana, no a las instituciones del mercado del arte. Es un NO performativo, hace lo que dice.
Boris Lurie apeló a la superposición de pinups (imágenes de mujeres con poca ropa y actitud pícara) produciendo obras que remiten a los moodboards o tableros de las campañas de publicidad durante los años 60, a los armarios metálicos de los soldados americanos enlistados y, en un sentido extendido, a las pizarras con fotos de los desaparecidos buscados por sus familiares al final de la guerra. Este regodeo de imágenes desparramadas en su modesto estudio constituye el repertorio de recursos con los cuales Boris Lurie evoluciona hacia la consolidación de su identidad artística en un ejercicio de exorcismo que le es vital.
En estas latitudes, la Cancillería Argentina llevó a cabo una política restrictiva para el ingreso de refugiados judíos durante la Segunda Guerra Mundial a pesar de ser el país con la segunda población más numerosa de judíos en América. En el año 1985 Jorge Luis Borges asistió al Juicio a las Juntas Militares que gobernaron nuestro país entre 1976 y 1983. En ese período desaparecieron miles de personas. Luego de escuchar los testimonios del testigo Victor Basterra lo único que pudo decir fue: “¡qué horror!” Nuestro mayor escritor se había quedado sin palabras. Más tarde y ante algunos periodistas dijo: “siento que he salido del infierno. Este hecho no puede, no va a quedar impune”. El 17 de marzo de 1992, en un ataque terrorista una bomba destruyó la Embajada de Israel y edificios aledaños en Buenos Aires causando 22 muertos y 242 heridos. El 18 de julio de 1994 un auto bomba (se presume) hizo explotar la sede de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) dejando un saldo de 85 muertos y al menos 308 heridos. Hasta el día de hoy no se han encontrado a los culpables.
Lic. Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora / Directora
Museo Judío de Buenos Aires
BITÁCORA
En el marco de Natural, de Ana Lía Werthein, tenemos el agrado de invitar a la inauguración de Bitácora. Con el formato innovador de muestra cápsula dentro de otra muestra la artista evoca el derrotero de su abuelo León Werthein quien partió de Moldavia a principio de 1902 a “enfrentarse a un mundo desconocido, abrirse camino impulsado por el deseo impostergable de un cambio de vida. Con lo puesto. Sin idioma y con la infinita fuerza de Werthein el migrante”. Ana y sus cuatro hijos que habían quedado en Bessarabia llegaron a la Argentina 2 años después.
Con la mirada de un pintor viajero Ana Lía recrea imágenes simbólicas realizadas con acuarelas de colores sobre papel que remiten a la historia de sus abuelos y descendencia desde la salida de Europa y posterior afincamiento en nuestras tierras. Con curaduría de Rodrigo Alonso se presentará en el Museo Judío de Buenos Aires
NÚMEROS
En la tarde del 28 de marzo 2023 se realizó el cierre de la muestra “En el imperio de los números, donde los hombres no tienen nombres». Sobre los prisioneros del Pogromo de Noviembre de Sachsenhausen, detención y exilio. La exhibición, que se encontraba desde febrero en el Museo Judío de Buenos Aires, Templo Libertad, analiza las consecuencias del horror nazi a través de la vida de la familia Levison, que emigró a Uruguay, y de la familia De Beer, que encontró refugio en la Argentina.
Las palabras de bienvenida estuvieron a cargo de Liliana Flugelman, Directora y Curadora del Museo Judío de Buenos Aires: “Esta exposición nos interpela recordándonos que no se pueden dejar pasar las violaciones a los derechos de las personas por cualquier motivo a los que se eche mano”.
La Profesora de Historia de la Shoá, Ángela Waksman, reflexionó: “En esta muestra vemos cómo los nazis quisieron concretar una política de deshumanización. Cuando uno pierde su identidad, se convierte en un número. Los seres humanos tenemos nombre que nos da nuestra identidad. Debemos recordar a aquellos que ya no están, que fueron asesinados, pero también recordar el heroísmo de quienes no lo permitieron”.
Tuvimos el honor de contar con Marcelo De Beer y parte de su familia, descendiente de Siegfrid De Beer, un hombre de negocios de Oldenburg quien fue liberado después de pasar 6 terribles semanas en el campo de concentración Sachsenhausen. Con extrema valentía y poniendo su vida en riesgo tuvo un gesto de apropiación tomando posesión de un objeto que como ningún otro representaba la injusticia infligida hacia su persona en este campo de concentración: una cinta con un número inscripto el 10259 y que se configuró como el ícono ideal para esta exhibición.
Marcelo de Beer cerró el encuentro con un mensaje alentador “Nosotros ya casi somos cincuenta, entre hijos, nietos y los que están viniendo así que esto es una apuesta a la vida que hoy nos mueve a decir gracias que se puede tener un nombre, que hoy estamos acá y podemos celebrar la vida y seguir creciendo y construyendo costumbres y tradiciones judías”.
MI MAMÁ ME MIMA
Se presentó la instalación «Mi mamá me mima», obra de arte colectiva, ideada y guiada por la artista Andrea Scuderi con la colaboración de más de 250 mujeres de diversas edades y países. La obra nos invita a formar parte activa de la trama de la memoria compartida, ingresando en una instalación que simboliza de forma abstracta un gran útero comunitario, elaborado a partir de paños tejidos por diversas mujeres que se reunieron en silencio, en estado de introspección, lo que le aporta a la obra una carga energética, sensorial y emotiva que resulta una parte indisoluble de la misma. El proyecto incluyó dos etapas principales: el proceso de producción de los materiales que componen la obra y el armado y exhibición de la misma. Como un ritual antiguo repetido a lo largo de tres años, cuatro grupos de mujeres se reunieron a tejer diversos fragmentos de un lienzo que luego serían unidos para conformar una gran trama conjunta de más de 200 m2. Cada pieza del tejido representa el registro de un universo particular y a la vez de una vivencia compartida. A lo largo de los encuentros se vislumbra la evidencia de una sabiduría ancestral femenina, transmitida por generaciones de madres a hijas, que nos conecta y nos impulsa a tejer redes, a cooperar mutuamente, a entendernos y apoyarnos.»Mi mamá me mima» nos regaló la experiencia de volver a sentir que estamos en el útero de Mamá.
VAINSTEIN VISCERAL
La Biblia en el Génesis relata que en el primer día de la creación fue creada la luz, y una leyenda talmúdica consigna que dado que el primer hombre, Adán fue creado el viernes, ese día no hubo noche para no atemorizarlo, pero el sábado, cuando comenzó a oscurecer y Adán empezó a temblar, el creador lo inspiró para que tome dos piedras y las frote y así surgió el primer fuego creado por el hombre: no es casual que a un nacimiento se lo denomine también «dar a luz» pues nacemos de la oscuridad del vientre materno.
Alejandro Vainstein, este pintor casi olvidado, que era hijo de inmigrantes judíos ucranianos y que falleció en el año 2003, supo explorar fogosamente las miserias humanas y sus cuadros muestran la oscuridad de la vida, como el hambre, las enfermedades, los experimentos científicos con animales, la tortura y las guerras, haciendo hincapié también en el Holocausto con cuadros de gran tamaño, con un magistral manejo de los planos y colores, tratando de armonizar razón y sensibilidad, plasmando en la tela su expresionismo. Y en el fondo de sus obras subyace el hombre que está solo, quizás esperando la luz.
El Museo Judío de Buenos Aires se honra en presentar esta exposición que denota la profundidad de su pensamiento y nos hace reflexionar en cuanto a la similitud de nuestra época.
Rabino Simón Moguilevsky
Director Museo Judío de Buenos Aires
TESTIMONIO
Vive y pinta en Buenos Aires desde 1952 sin ofrecer la otra mejilla a Paul Klee y Max Ernst. Recibió de la crítica lo que se merece. De su retorcida fantasía, los jueces dictarán. Aún sigue libre, sonriendo perplejo, al comprender que la culpa promueve placer. Sentenciado y condenado: solo podrá ver el paraíso el resplandor desde la orilla de enfrente. ¡Desconfiad de él!
Se lo reconoce fácilmente: siempre está al acecho tratando de volar. Simula huir pero las suelas de sus zapatos seguirán allá, pegadas en alguna vereda.
Eduardo Markarian fue nacido en 1930 en Montevideo y desde entonces delira por subidas y bajadas. Requerido por la justicia pues corre peligrosamente buscando el dedo que perdió. Y, además, porque habiendo atentado contra la pintura – cometió 28 exposiciones individuales – huye negándose a pagar alquiler de la galería. Autodidacta.
Liliana Olmeda-Flugelman
Curadora y Directora Ejecutiva
Museo Judío de BUENOS AIRES
ANTOLOGÍA
Roberto Plate, artista argentino, Chevalier des arts et des lettres otorgado por el Gobierno Francés vuelve a Buenos Aires regularmente con alegría y satisfacción. En Capital Federal, como se la llamaba en aquellos años de botas y bigotes funcionó el Instituto Di Tella. Ahí se reunía la joven tribu del arte y la flor y nata de la pujante ciudad hasta que fueron cerradas sus puertas prematuramente por causa de un joven irreverente que presentó una obra conceptual: dos puertas de sanitarios que no llevaban a ningún lado, solo a paredes blancas como lienzos. Como en todo baño público que se aprecie, esas paredes raudamente se llenaron de leyendas. Sublimación del clamor del alma sin filtros, sin testigos, en la intimidad de la urgencia fisiológica. Luego de la clausura aconteció el exilio en busca de la libertad perdida. Paris, la bien amada, la elegida por los artistas lo acogió y reconoció como propio. Floreció lejos de «Los baños» se dedicó a la pintura, al teatro, amante del plateau se vio a sí mismo como un instrumento. La escenografía irrumpió en su vida y en esa profunda unión con todas las artes fue fondo y figura.
Mientras que en su tierra le cerraron las puertas, galerías, museos y teatros del mundo se las abrieron. Toda reflexión es un acto de voluntad, un ejercicio intelectual que obliga a la colección de datos y la demostración e inferencia válidas. Las falacias y las paradojas quedan desnudas ante la noción de verdad. Sin alardes Roberto Plate nos hace reflexionar sobre el oficio del artista. Sus pinceles, herramientas y colores son su tema y materia prima. El foco en su médium muy pocas veces nos regala su silueta lejana. Su mirada opera como una “cámara obscura” y el gesto amplio y generoso nos acerca indiscutiblemente a la esencia de las cosas. El Museo Judío de Buenos Aires tiene el honor de presentar una selección antológica de este artista icónico junto con sus últimas creaciones sobre la Historia Bíblica. En tiempos de distanciamiento social recurrimos a los medios digitales de manera tal de acercarles nuestro compromiso con el gran arte argentino.
Liliana Olmeda-Flugelman
Curadora y Directora Ejecutiva
Museo Judío de Buenos Aires
Libertad 769 CABA
www.museojudio.org.ar
“Surrealismo: Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento…sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral…el arte, en esa esfera, no es representación sino comunicación vital directa del individuo con el todo. Esa conexión se expresa de forma privilegiada en las casualidades significativas, en las que el deseo del individuo y el devenir ajeno a él convergen imprevisiblemente, y en el sueño, donde los elementos más dispares se revelan unidos por relaciones secretas.”
América fue el campo más fértil para que estas ideas florecieran de la mano de artistas que fueron más allá del intento bretoniano de incluir en un manifiesto el universo surrealista. Tomemos por caso a Remedios Varo, Leonora Carrington o Frida Kahlo artistas de la escena mejicana que le dieron sabor local a su producción pictórica, profundizando en un movimiento que se revelaba afín a la cosmología americana.
Entre 1933 y 1936 en Buenos Aires, ese intento automatista tuvo manifestaciones que atravesaron las obras del gran Berni y de Battle Planas asociando la energía, lo fantástico y los sueños en producciones que nos introducen en una corriente que enraizará profundamente en la gran metrópolis adicta a la práctica psicoanalítica que despuntaría firme y vigorosamente en la década del 50.
Roberto Aizenberg, Norma Bessouet, Mildred Burton, Pier Cantamesa, Juan Carlos Capurro, Planas Casa, Victor Chab, Fermín Eguía, Norberto Gómez, Rebeca Guitelson, Jorge Kleiman, Juan Markarian, Noé Nojechowicz, Battle Planas, Leopoldo Presas, Damián Roth, Renata Shussheim y Georges Spiro.
Nuestra muestra SURREAL fue concebida como un derrotero fantástico por las obras de artistas que incursionaron por este movimiento epigonal que entrecruza la poética de la palabra con las imágenes oníricas, fruto del territorio etéreo en el cual transcurren la vigilia y el sueño.
Curadora Museo Judio de Buenos Aires
La sombra que nunca encontró su dueño: Arquitectura de la ausencia
La sombra que nunca encontró su dueño
Arquitectura de la ausencia
Marcelo Toledo
Oh, dolor! ¡Oh, dolor! ¡El Tiempo devora la vida,
Y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón
Con la sangre que perdemos crece y se fortifica
De”Las flores del mal”
Charles Beaudelaire
El trauma (del griego, herida) provocado por los atentados terroristas en el mundo no solo afecta a quienes fueron victimas o testigos de los mismos sino también a toda la humanidad provocando conductas que van desde la banalización del mal infligido, venganza o políticas defensivas que no hacen sino incrementar el daño a todo el cuerpo social.
El proyecto escultórico deconstructivo de Marcelo Toledo tiene por objetivo crear un espacio de conciencia sobre la memoria social y arquitectónica de los pueblos a partir de un evento flagrante. Ha creado piezas que transforman la memoria urbana en un nuevo mapa cultural regenerativo a través de la poética del arte. Esta operación alquímica tiene como punto de partida la foto de cada atentado generando una silueta ausente que se transforma en una escultura sublimada con sugestivos vacíos y plenos ominosos.
Construcción-deconstrucción-
Esta muestra repasa desde el atentado de la Amia, la Embajada de Israel en la Argentina como así también el de las Torres Gemelas, el de Atocha, los de París y el reciente atentado de Sinagoga de Pittsburg en Pensilvania entre otros, creando un jardín metafísico de dispositivos inquietantes, una galería de pulsiones memoriosas que activa esa cuerda paralizada que no quiere vibrar en nuestro interior pero que irremediablemente encuentra su resonancia y redención.
Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora
La vida Judía en la Alemania actual
Evento Landau
LANDAU
Padre & hijo
Sigmund y Jean-Pierre Landau
Padre e hijo es la presentación de la obra de dos artistas, Sigmund y Jean-Pierre Landau, que abarca una línea de tiempo que se remonta a la primera y segunda guerra mundial, la guerra fría y la caída del muro de Berlín hasta nuestros días. El padre, Sigmund, originario de Lodz, descendiente del Maharal de Praga o Rabino Loew fue artista de la Escuela de Paris. Su hijo, Jean Pierre, nacido en Francia, luego de estudiar medicina y psiquiatría se volcó al psicoanálisis. Sigmund incursionó en el postimpresionismo. La influencia de Cézanne se adivina en sus óleos de bodegones y serenos paisajes. Escenas cotidianas de la tradición judía transmiten el devenir gozoso del tiempo, se percibe una calma expectante. Sin embargo no se esboza en sus telas ni un trazo de la violencia desatada en un continente convulsionado por pulsiones de guerra, persecuciones y matanzas.
Jean-Pierre, comenzó a pintar a los 16 años cuando su padre murió y confiesa que su ausencia llena de presencia marcó fuertemente su niñez y adolescencia. Su pintura orientada hacia el expresionismo no es un mero intento de alejarse del academicismo de Sigmund sino que ensaya una abstracción continuadora del derrotero paterno. Escenas del Génesis, personajes bíblicos habitan los lienzos y una escritura casi jeroglífica va plasmando texturas de signos, letras y gestos esenciales en los trazos de la memoria.
El diálogo entre ambos es una sesión de psicoanálisis, un dispositivo que ahonda en las profundidades de dos almas atadas por el milagro de la descendencia. Unidos por la tradición judía que atraviesa cada palmo de su existir, testigos de su propio tiempo apelan a la memoria, al rescate de su herencia y su particular mirada. Padre e hijo, Sigmund y Jean Paul, evocan e interpelan la relación de D´s con su creación, el hombre niño, el hombre inacabado, el hombre padre separado del hombre hijo. Tradiciones y símbolos revelan el movimiento de un péndulo permanente, un devenir del tiempo vital, presencia y ausencia existencial.
Padre e hijo se funden en un abrazo que los trasciende y exime de toda culpa, de toda deuda.
Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora y Directora Ejecutiva
Museo Judío de Buenos Aires
Agosto de 2018
El árbol invertido
La teoría del árbol invertido es el fruto de una elaboración efectuada a partir de la práctica del psicoanálisis con mujeres bulímicas/anoréxicas que me develaron con sus gestos, lapsus y pesadillas recurrentes las mismas fantasías inconscientes y reminiscencias que pueden remontar a la vida fetal.
Escuchando estas mujeres en tratamiento me di cuenta que ellas hacían la misma inversión en el orden simbólico de las generaciones a través de lapsus muy frecuentes tales como “mi madre” en vez de “mi abuela”, “mi padre” en vez de “mi abuelo” o también “Voy a nacer en…” cuando estaban encintas. Estos lapsus me indicaron que no podían inscribirse en el tiempo cronológico, en la duración, en el tiempo genealógico ni en el tiempo del relato. Todas expresaban en sesión la impresión de estar encerradas en el pasado. Este sentimiento de no existir está asociado con la de no diferenciarse de su madre. Quince de ellas me trajeran espontáneamente el mismo dibujo : un árbol invertido, con las raíces alzadas hacia el cielo y las ramas enterradas, o simplemente orientadas hacia abajo.
Todos estos elementos clínicos me permitieron elaborar la teoría del “árbol invertido” que supone la existencia de una memoria inconsciente transmitida por las abuelas maternas que estructura una identificación primordial que une el feto con la abuela y la madre con el feto en un lazo placentario fusional. Así, se puede comprender esta «fantasia del árbol invertido» como una reminiscencia del embarazo y de la vida fetal, durante la cual el feto reactiva en la madre la memoria bio-emocional de la experiencia vivida por su madre durante el embarazo. El “esquema del árbol invertido” sería pues un proceso de retroacción funcional de la memoria del cuerpo que estructura a nivel real y simbólico los significantes primordiales del feto en los significantes primordiales de la abuela. Así, según esta hipótesis, durante el embarazo, el cuerpo del feto “pertenece” al cuerpo de la abuela y la madre al cuerpo del feto, lo cual configura inconscientemente un lazo fusional madre-niño indestructible, fuera del tiempo, en el que toda separación es impensable.
Es pues, gracias a todas estas mujeres analizadas y a sus dibujos que pude elaborar la teoría del árbol invertido en 2000 y desde entonces, descubrí que esta noción es muy antigua. La describen por lo menos tres textos sobre el origen del mundo y de la humanidad: en la Bagavad Gita, texto sagrado del Hinduismo , en el Timeo de Platón y en el Be’er Hagolah, el libro de Rabbi Loew, el Maharal de Praga , el erudito talmudista, filósofo y matemático. Lo que es muy interesante es cómo descubrí al mismo tiempo que Sigmund Landau y Jean-Pierre, mi marido, son descendientes de Rabbi Loew el Maharal de Praga ! Así, como dice el Talmud y el psicoanálisis, las mujeres parturientas y los recien nacidos «saben» todo inconscientemente y necesitan solo aprender a olvidar.
Tamara Landau.
La pintura de Jean-Pierre Landau:
La pintura de Jean-Pierre Landau es a la vez poesía, psicoanálisis y música. ¿Será necesario distinguir? ¿No consiste la pintura para él en inscribir una huella sobre un soporte, como hace la escritura para dibujar las palabras? El trazo pictórico impregna el lienzo y se vuelve letra del poema colorido. La escritura es huella leíble de un pensamiento que, antes de adquirir una eficacia semántica, tuvo que ser llevado por operaciones psíquicas sucesivas, organizaciones diferentemente estratificadas de la memoria. Ahora bien, Freud nos dice, en Proyecto para una psicología científica, que estos sistemas mnésicos son inscripciones, huellas que resultan de “facilitaciones” más o menos factibles entre neuronas y “signos de percepciones”: así se acumulan impresiones de las que solo unas se vuelven conscientes, cuando precisamente las huellas, sustituidas por las percepciones activas, son relegadas en el Inconsciente por la represión originaria.
La pintura y las poemas de Jean-Pierre Landau cuestionan el concepto de huella mnésica y de reminisciencia. Una huella no es una cosa ya que precisamente dice la ausencia de aquello que estuvo aquí anteriormente y que ya no está: solo hay huella de una desaparición, la huella es el acto mismo de la desaparición. Pero las huellas mnésicas pueden ser reactivadas en los sueños por ejemplo: ocupan los restos diurnos para figurar el deseo; o también sirven de “interfaz” entre una fantasía y los “recuerdos encubridores” de fenómenos anteriores o ulteriores. Y las palabras, restos perceptivos de fonemas oídos, permiten reconocer las huellas reprimidas bajo forma de ideas.
Los trazos pintados, las letras trazadas, son más bien los cuerpo a cuerpo amorosos del artista-pintor-poeta con la película sobre la que dibuja los contornos de su deseo. La huella de la impresión psíquica es un abrazo erótico. El afecto acaricia la trama que recibe la impresión ¿no se dice de un lienzo o de una piel que “impresiona” más o menos vivamente? el deseo del sujeto teje sus intrigas en el secreto del intervalo en que se entre-dice su arte.
Las huellas mnésicas, las fases que estas huellas estructuran como sistemas sucesivos hasta las figuraciones plásticas escritas, vocales habladas, cantadas o pintadas, tienen quizás relaciones de analogía, pero no se pueden concebir como etapas cronológica, históricamente identificables según una progresión. Convendría más bien, si importa metaforizar, hablar en términos de estratificación o de sedimentación de estas capas de vestigios. Pero resulta que estas realidades son plásticas, precisamente, porque transforman una materia prima, porque tratan la huella, porque dan forma a una materia cualquiera: los viejos conceptos aristotélicos siguen sirviendo. La psique está en el origen de las operaciones que se diversifican en pensamiento, pintura o música; pero estos tres modos de aparición de la actividad simbólica seguramente no tienen funciones idénticas.
Las sensaciones pintadas sugieren, imponen a veces, una recepción visual a la vez que sonora: y actuar esta recepción es una creación musical: la mirada se hace palabra, la emoción estética experimenta, hace la experiencia de una índole originariamente musical de la mente, que halla en la materia pictórica y literal el medio propicio a modulaciones significantes. Más que una “correspondencia” entre los colores, las palabras y los sonidos, que supondría una posible traducción término por término de los elementos constitutivos de estos registros expresivos, cabe pensar una realidad originariamente compuesta que contendría virtualmente una expresividad heterogénea: la psique del sujeto del Inconsciente se expresa desde el origen como música y palabras coloridas.
Tamara Landau, Buenos Aires agosto 2018
Infinito
El Museo Judío de Buenos Aires presenta la muestra Infinito, que inaugurará el día martes 20 de marzo a las 19 hs. en Libertad 769. Se presentarán obras pictóricas, fotografía, esculturas, food art, arte textil, video instalaciones e intervenciones sonoras de 35 artistas consagrados y emergentes con curaduría de Matías Roth y Fabiana Barreda.
Artistas: LUIS ABADI, CARMELO ARDEN QUIN, FEDERICO BACHER, FABIANA BARREDA, JACQUES BEDEL, ALFREDO BENAVIDEZ BEDOYA, LUIS FERNANDO BENEDIT, MILDRED BURTON, PIER CANTAMESSA, JUAN CAVALLERO, LEANDRO ERLICH, VICTORIA FRAIDENRAIJ, JOSEPH KOSUTH, JOSEPH KUGIELSKY, GONZALO LAUDA, LEONEL LUNA, LUIS FELIPE NOÉ, JUAN PABLO FERLAT, LUCAS MARIN, JUAN PABLO MARTURANO, YIGAL OZERI, LUNA PAIVA, LILIANA PORTER, FEDERICO MANUEL PERALTA RAMOS, OSVALDO ROMBERG, IRINA ROSENFELDT, DAMIAN ROTH, MATIAS ROTH, PEDRO ROTH, GRACIELA SACCO, RENATA SCHUSSHEIM, ALEJANDRO BOVO THEILER, MARCELO TOLEDO, SHEN WEI, AUGUSTO ZANELA
“Infinito” se basa conceptualmente en el estudio matemático de conjuntos numéricos infinitos, que demuestra que existen conjuntos con infinitos más grandes que otros. Partimos de esta noción como una metáfora para relacionar el universo conceptual y el universo en el que vivimos, sugiriendo que el primero es un infinito menor que el segundo. De esta manera, expresamos las limitaciones del mundo conceptual sugiriendo que el arte y su creación pertenecen al conjunto del infinito mayor.
La muestra conecta la colección permanente del museo, el patrimonio histórico de la cultura judía argentina e internacional y las nuevas tendencias estéticas. Esta conjunción logra a través del arte expandir hacia lo público las ideas que unen la historia de la humanidad.
El músico Esteban Insinger, interpretará en el órgano Walcker (1931) de la Sinagoga su obra “11.Bar”, en carácter de estreno mundial compuesta especialmente.
Dentro de las actividades programadas durante la duración de la muestra se llevará a cabo una intervención en la Biblioteca histórica del Museo con una proyección de Fabiana Barreda, libros de artista y música del grupo Vilna (Gabriel Valansi y Sebastián Schachtel) y Fernando Kabusacki. También se llevará una a cabo una serie de conferencias con temática sobre el infinito con: Cecilia Molina, Samuel Fukelman, Martín Moreno, Francisco Granado, Lucas Marín, Juan Pablo Ferlat y Gabriel Rud. En estos eventos tocarán los músicos Martín Bonadeo y Oliverio Duhalde.
La muestra cuenta con el apoyo de Marcos Lúmen.
EX LIBRIS
En el año 1998, se realizó una exposición de ex libris de artistas provenientes de todo el mundo en
el Palais de Glace recordando el quincuagésimo aniversario de la creación del Estado de Israel.
En el año que celebramos el 50 del aniversario de la creación del Museo Judío de Buenos Aires
presentamos las obras de esa memorable exposición, provenientes de la colección Roth.
Ex Libris proviene del latin y significa “De entre libros de…” Son pequeñas obras de arte en
papel cuyo lado mayor no debe superar los 13 cm para que se puedan utilizar en cualquier libro.
Dentro del diseño debe aparecer la leyenda ex libris y el nombre o iniciales de la persona o
institución al cual pertenece el libro y también reflejar la personalidad de su dueño o temática de
la biblioteca. Cualquier técnica de impresión es válida siempre y cuando las reproducciones
sean idénticas. En caso de que se utilicen estampas, estas deben de estar firmadas y
numeradas por su autor (al igual que un grabado).
El primer registro que se tiene de un ex libris data del siglo XV de la era común cuando el
faraón egipcio Amenhotep III mandó fabricar una placa esmaltada de barro cocido para
poder marcar diferentes estuches que contenían papiros de su biblioteca personal.
Esta práctica tan interesante iniciada siglos atrás nos habla de identidad y de símbolo, de
pertenencia y de derecho. Muchos artistas atesoran en su cuerpo de obra esta especialidad
relacionada con la hermenéutica, la heráldica y la orfebrería. Es casi una evocación de los retratos
de aparato en los cuales brillaban los atributos del retratado con sus significancias y galardones,
los instrumentos asociados a su profesión o sus preferencias y saberes. El uso masivo de los ex
libris se popularizó gracias a la invención de la imprenta y a las diferentes técnicas de
estampación y grabado que permitían hacer varias copias idénticas de un solo original.
A lo largo del tiempo las técnicas de reproducción han ido cambiando de la mano de los
avances tecnológicos aunque siguen siendo bastante populares técnicas de grabado como
la xilografía o litografía.
Los invitamos a disfrutar de este “petit art” casi olvidado que como pieza de resistencia en este
mundo virtual nos recuerda el valor de la bibliotecas y procedencia de los libros, legitimando su
origen y manteniendo vigente una tradición exquisita.
Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora Museo Judío de Buenos Aires
De Kafka y Borges
En un texto publicado en Madrid, en ocasión del primer centenario del nacimiento de Kafka, Borges escribió: Mi primer recuerdo de Kafka es del año 1916, cuando decidí aprender el idioma alemán…Fue entonces cuando leí el primer libro de Kafka que, aunque no lo recuerdo ahora exactamente, creo que se llamaba Once cuentos… Después tuve oportunidad de leer El proceso y a partir de entonces, lo he leído continuamente.
Años más tarde, a través de sus libros que pugnaban por asaltar su voraz apetencia, recorrió las umbrosas calles de la Praga kafkiana, hurgó en los papeles que agobiaban al modesto administrativo y compartió sus desvelos amorosos. Discreto, el espíritu de Kafka acompañó en silencio el derrotero del gran escritor argentino, hecho de la materia con la que se hacen los sueños, penetró sus letras y universos gestando los textos fundidos en el crisol de su Babelia. En 1938 apareció en Losada (Buenos Aires) un volumen de Kafka titulado La Metamorfosis, con un prefacio de Borges. En el año 1991, en una edición de la misma obra publicada por la editorial ORION, Borges escribe:
“Habla un discípulo de Kafka, un tardío discípulo de Kafka, pero que sigue sintiéndolo y agradeciendo lo mucho que él le ha dado y lo poco que él ha podido hacer con ese espléndido regalo de su obra…” Puede aventurarse que la fascinación de Borges ante la obra de Kafka duró, en términos redondos, unos siete decenios y que comenzó en algún momento indeterminable del período 1917-1920.
Los temas de estos autores se entrelazan y se cruzan como caminos que buscan llegar a destino. Ya Kafka introduce el “laberinto” como “la empresa imposible” y su modus operandi que inaugura el “regresus in infinitum”. Hay algún tema más propio de Borges que el laberinto? O la angustia kafkian que describe en el Aleph …vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo…
Saliendo del ámbito literario podemos afirmar que las citas a Borges son habituales en los artistas argentinos. Sus temas recurrentes y objetos fetiche son resignificados con tanta pasión como erudición. Recorren los senderos de su portentosa pluma en busca del tesoro escondido. Hallado. Saboreado. Laberintos esquivos conducen al meollo de su formidable espejo. Es que su esencia impregna bares y calles de una mítica Buenos Aires e inmensa, su obra, fecunda las musas artesanas con fervor. Aún lo intuímos con su paso pausado y figura señera.
Otro tanto ocurre con Kafka. Propensos como somos a calificar nuestras miserias, lo bizarro, lo incomprensible o inimaginado con el término “kafkiano” éste se erige como categoría en nuestra identidad y así surge camuflada, entreverada entre pinceles y gestos de pequeña gran elocuencia esa angustia que nos carcome como sociedad. Surge fácilmente la expresión de este dolor, inundan nuestros nodos los fulgores de la noche, los resquicios que se funden en miradas de terror. Kafka traslada su tensión mística a la experiencia del hombre en la gran ciudad.
El Museo Judío de Buenos Aires presenta obras de artistas en las que se puede reconocer la inspiración de Jorge Luis Borges y Franz Kafka. Una manera reverencial de honrar el enorme aporte de estos grandes de la literatura universal.
A Borges se le hacía cuento que Buenos Aires fue fundada. Kafka lo soñó.
Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora Museo Judío de Buenos Aires
Descubriendo a Alfred Cohn, fotografías 1924-1929
El siglo XX debutó con una profusión de movimientos artísticos que acompañaron la turbulencia política que gestó la Primera Guerra Mundial y el período de paz que luego desembocara en la segunda gran conflagración y el nacimiento de nazismo.
En este contexto Alfred Cohn, oriundo de Nuremberg, se dedicó a los negocios familiares abandonando los claustros universitarios y desarrolló una pasión hacia el montañismo solo igualada por el ejercicio de la fotografía. Entre sus haceres, documentó sus viajes e incursiones por los picos más altos de Europa. Es notable el conjunto de vistas panorámicas con notas manuscritas en los passepartouts que él mismo montara y revelan el profundo conocimiento de esos paisajes, sus nieves eternas, glaciares y cornisas que con tanto entusiasmo escalara.
Los artistas viajeros del siglo XIX habilitaban con mirada de extranjero su fascinación por el paisaje descubierto y miraban con ojos científicos las regiones exploradas. En la serie de los Alpes, Alfred Cohn, opera en forma inversa, a partir de la familiaridad de su mirada revela hasta los más mínimos detalles topográficos del objetivo de su cámara. Lejos está de las investigaciones de la Escuela de Bauhaus, la Nueva Visión y la Nueva Objetividad, el artista se enfoca en la fotografía directa del paisaje logrando un relato descriptivo y minucioso de sus encuadres. Sin embargo, en el diario de bitácoras que pareciera haber realizado en su viaje por Venecia, Roma, El Cairo e Istambul corrobora ese paralelismo con los románticos viajeros, su cámara refleja la emoción de la ”trouvaille”, ya una pirámide, un friso, un grupo de niños o pescadores del Nilo.
Este conjunto de fotografías inéditas tiene el valor documental de una época ya ida: los glaciares se derriten, varios flancos se lavaron y precarios refugios son hoy condominios confortables. La privacidad es un recuerdo, las redes sociales se hacen eco de la intimidad expuesta y los destinos turísticos son apropiados por miles de cámaras que roban un instante de eternidad. Ya no más el rito de preparación del momento sagrado en el que una imagen se plasma en el vidrio para entregarse al bautismo de la química. No más el largo viaje que acrecienta el deseo, las distancias se acortaron e Internet nos acerca a los destinos más lejanos.
El Museo Judío de Buenos Aires le abre las puertas a esta notable colección de un artista hasta ahora reservado, testigo de una época y exquisito observador que, a modo de reflexión nos regala un manifiesto de alerta y nos hace cómplice de lo sublime.
Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora Museo Judío de Buenos Aires.
Colección de Catalina Chervin
Difícil determinar qué es lo que antecede a la obra artística y hasta resulta inquietante poder hacerlo. Esta empresa resulta particularmente menos afanosa en el caso de Catalina Chervin.
Esta artista nacida en Corrientes ha sido dotada por una extraordinaria habilidad que hace vibrar al observador que se aproxima, desprevenido, a su obra. Es un hada que revolotea en los bosques oscuros de la existencia humana, sin embargo la luz atraviesa su pelo renegrido y alumbra esos trazos milimétricos, barrocos y sin intención nos habla de la eternidad, de lo bello y lo siniestro, lo que intuimos desesperadamente cierto, lo revelado y por revelarse profundamente nuestro.
Una aproximación casi pueril, es pregonar la inevitabilidad de su formación en medicina, hija de oftalmólogo, sus mayores huyeron de los pogroms, castigo de un régimen que surgía voraz y malicioso. Testigo de otra dictadura más cercana y caprichosa, en Tucumán supo de pérdida y dolores, sin embargo surge dentro de ella una pulsión lejana e inefable.
Hay en Catalina una intensidad que solo se puede intuir por el filtro del sutil resultado. Sus obras más tempranas, Retratos, se remontan a ese pasado científico donde se erige un ominoso recuerdo, esboza lo que se dice y lo que no está permitido nombrar. Su Apocalipsis no da tregua, otra vez el recuerdo que surge inimaginado, con precisión de cirujano delinea cuerpos superpuestos, aquelarre infinito que recorre la historia universal de la crueldad y del amor, acaso no es éste también una batalla que se desarrolla en cada ser de la aventura de la vida?
Pero lo que es materia fundante de su altar es la proximidad con la microcaligrafía, técnica milenaria que los escribas judíos siguen perfeccionando. A simple vista se aprecia una figura, pero en realidad es texto devenido en figura, trompe l´oeil sagrado, que tiene en el Calendario para la cuenta de Omer múltiples ejemplos de este minucioso arte. Catalina Chervin encarna este saber en un medio profano. Ya no es el texto sagrado o las letras del alfabeto hebreo lo que brota de ese torbellino de emociones, es simplemente el pulso de la vida, senderos que se regodean en el soporte entregado a ese raspar intermitente. Y luego los matices. Y el ir y venir del flujo de su ser.
Estas obras presentadas son las que la artista no quiere dejar ir, es su colección preservada con fruición académica, gabinete de curiosidades decimonónico. Esencia y verbo, saber y entender. Catalina.
Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora
El Levantamiento del Ghetto de Varsovia, monocopias de Demetrio Urruchúa
Los acontecimientos acaecidos en los meses de Abril/Mayo del año 1943 en la ciudad polaca de Varsovia durante la ocupación nazi, son un hito imborrable en la historia de la humanidad, en su sentido más literal, más amplio y abarcativo de lo humano.
En el mes de la conmemoración del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, el Museo Judío de Buenos Aires le abre las puertas al conjunto de Monocopias del artista Demetrio Urruchúa, obras que completan la serie que adquirió el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) en el año 1942.
Cofundador del Taller de Arte Mural, junto con Berni, Spilimbergo, Castagnino y Colmeiro, realizaron el mural de la cúpula y antepechos de la actual Galería Pacífico (anteriormente Bon Marché y Museo Nacional de Bellas Artes) obra que es testimonio de una época en la cual los artistas manifestaban sus preocupaciones por los movimientos sociales.
Utilizó la pintura para poner evidencia los horrores de la guerra, las dictaduras y la injusticia de tal manera que las series, la Guerra Civil Española y el Ghetto de Varsovia, marcaron un antes y un después en su obra. Urruchúa, como muchos intelectuales y artistas denunciaron en forma explícita los horrores y desatinos de una época en la que los poderosos perdieron el rumbo y embarcaron a millones de personas en el sufrimiento y la muerte.
La serie representada magistralmente por el maestro Demetrio Urruchúa, es parte de ese hito. Fue concebida a la par de los hechos, alzando su prensa de grabado y dejando dolorosamente plasmada en tinta sangrada su indignación, su odio y su asco 1ante el genocidio perpetrado contra el pueblo judío, específicamente en el Ghetto de Varsovia.
Urruchúa creó, sintió y construyó, alzando su furia creadora y honesta veintidós monocopias que relatan el levantamiento del Ghetto. Maravilloso dibujante, colorista, docente generoso, Urruchúa no solo dejó obras que perpetúan su memoria, sino también generaciones de artistas fruto de su inmensa pasión y compromiso social.
Liliana Olmeda de Flugelman – Curadora Museo Judío de Buenos Aires
Ricardo Fainerman – Curador invitado
Después del Jardín del Edén, Duilio Pierri y Maggie de Koenigsberg
…»Y del Eden salia un rio para regar el huerto, y de alli se dividia y se convertia en otros cuatro ríos….» – Genesis 2:10
El Edén es, según el relato bíblico del libro del Génesis, el lugar donde D´s había puesto al hombre después de haberlo creado a partir del polvo de la tierra.
En los paisajes fantásticos de Maggie de Koenigsberg abundan ríos y senderos de colores, plantas exóticas, flores imaginarias. Sus pinturas nos remiten irremediablemente al Jardin del Eden, regalo del Creador, ese lugar no conocido por los descendientes del primer hombre y la primera mujer. Resonancia del paraíso, forma y color se entrelazan sin tregua con desmesura premonitoria, exuberancia inquietante que anuncia a los precursores, almas errantes en diáspora impuesta, causalidad errónea, castigo celestial.
Escenario de la potencia contenida, la artista explora sus recursos allende los sueños, reniega del hombre una y otra vez, el universo es el Edén, los cielos abrazan el terruño, los ríos fecundan sus entrañas.
En su infancia, Duilio Pierri soñaba con insectos y hormigas gigantes, esa pesadilla recurrente transmutó en automatismo cotidiano. Sus monstruos internos se actualizan en cada serie, emergen renovados y los laberintos tótems pueblan el territorio heredado. Hombres mosquito y otras aberraciones habitan sus paisajes urbanos y en nuestro suelo devienen tropas en desolado teatro. La pareja primigenia no escapa de su operación artística, se intuye la expulsión del paraíso. ¿Qué pulsión devastadora sumió estos confines en caóticos detritus? ¿Teluria fértil o paraíso perdido?
Sueña Borges epifanías kafkianas. Edén originario, camino bifurcado, y sus ecos recorren con desbordante energía resabios arcaicos de esa expulsión, ¿es acaso nuestra vida el sueño de Otro? ¿Es acaso nuestro sueño la vida de Otro? Rosa de Milton, paraíso perdido, ¿acaso necesitas al hombre por venir?
Liliana Olmeda de Flugelman
Curadora Museo Judío de Buenos Aires
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