MUESTRA ACTUAL

MEMORIA, UNA RETROSPECTIVA DE BORIS LURIE

Testimonio del horror

El Museo Judío de Buenos Aires le da la bienvenida a la obra de Boris Lurie, un artista que fue  testigo y víctima del mayor horror de la historia del pueblo judío. De una brutal honestidad, tomó posición a través de su arte y su compromiso con la verdad.

El primer contacto con la obra de Boris Lurie lo menos que produce es malestar, no ya en el sentido freudiano, sino una reacción que remite a lo escatológico, visceral, ancestral y primitivo. Esta experiencia nos impulsa a abandonar nuestra zona de confort y adentrarnos en las profundidades de un alma dañada por algo que nunca llegaremos a comprender. Esa no comprensión posiblemente sea el punto de contacto con el artista, se siente el latigazo de su experiencia, la cual no podemos nombrar ni explicar. Los campos de concentración, las masacres, la muerte de su madre, abuela, hermana y primer amor marcaron su existencia.   

La palabra trauma se presenta con una vehemencia tal que deja perplejo al observador y aun así es difícil dejar de mirar. Freud consideró como trauma a un acontecimiento cuyo caudal pulsional excesivo sobrepasa la capacidad de tramitación del aparato psíquico. La “Serie de la guerra” de los años 1946/1950 revela al artista con vocación de reportero gráfico, descarnado, ya  vacío, teñido de horror y tormento. Resalta las figuras fantasmagóricas con tizas y pasteles acentuando el carácter sombrío de las escenas. El trazo desmaterializado y desnudo de algunos dibujos y bosquejos se posiciona en el papel de una manera lateral, dislocada. En estos el lenguaje plástico es austero, contenido, pero impacta ciertamente haciendo ecos de la experiencia de la angustia que tan bien describe Heidegger en la noción de Stoss: este ‘choque’ que produce en el observador la obra de arte está relacionado íntimamente con la experiencia de angustia. La angustia sobreviene al Da-sein cuando registra la insignificancia del ‘mundo’ -como aquello que no remite a nada-. 

Entrar en el mundo de Boris Lurie podría ser un acto de voyeurismo, sin embargo es un acto de fe. Una promesa de purgatorio, expiación del pecado de ser, de existir, de sobrevivir y continuar la vida en un mundo banal vaciado de sus afectos más tiernos y profundos. El desafío de vivir en la sociedad consumista neoyorquina de la post guerra, donde no había lugar para hablar del Holocausto, fue modelando su personalidad poco afecta a complacer. El espanto había limado sus pulsiones hasta que lo vano se volvió insoportable. Su derrotero es sincrónico con la historia del arte, tributario del expresionismo alemán, sus trabajos de la primera época exultantes de densidad gráfica conforman un estilo acorde a los tiempos de una Europa azotada por desatinos y flagrancias.  

Con la serie de «Mujeres Desmembradas» comienzan sus preocupaciones relacionadas al cuerpo femenino. La sensualidad cede su lugar a cuerpos inmóviles, estáticos, distorsionados, en tortuosas poses carentes de naturalidad. Todavía está muy fresco en su memoria el recuerdo de los horrores padecidos en los campos donde se daba la batalla de Eros y Tanatos. La socióloga Dominique Frischer expresa que los sobrevivientes se sumían en un “silencio estructurante” no durante los primeros meses, o siquiera los primeros años. Durante décadas. Porque, dice ella, es el que ha permitido la continuación de la vida. Ese silencio en Boris Lurie, no aplica en el sentido literal, sin embargo es más que evidente que la opción de callar encarnó una rebelión silenciosa mediante su proceso creativo y la gestación de la alegoría y símbolo del NO art!. Ese slogan que hace callar enfáticamente descomprime su trauma encapsulado en las profundidades de su ser e invade el territorio pictórico ya emancipado de cualquier intento de representación.   

Desmarcándose del arte que promovían los grandes críticos,entre ellos Clement Greenberg muy cercano a Jackson Pollock, Lurie, en 1959 junto a Stanley Fisher y Sam Goodman funda el movimiento NO! Art al que se le sumarán, los artistas Rocco Armento, Isser Aranovici, Erró, Yayoi Kusama, Enrico Baj, Herb Brown, Allan D´Arcangelo, Erró, Dorothy Guillespie, Esther Morgestern Gilman, Allan Krapow, Yayoi Kusama y su gran amigo Wolf Vostell. Este movimiento se formó como pièce de resistance ante la consolidación del Expresionismo Abstracto y el Pop art como el arte dominante en el mercado del arte americano. Su propuesta era eminentemente política y anti estética. No a la guerra, no a las mujeres objeto, no a la cultura consumista americana, no a las instituciones del mercado del arte. Es un NO performativo, hace lo que dice.  

Boris Lurie apeló a la superposición de pinups (imágenes de mujeres con poca ropa y actitud pícara) produciendo obras que remiten a los moodboards o tableros de las campañas de publicidad durante los años 60, a los armarios metálicos de los soldados americanos enlistados y, en un sentido extendido, a las pizarras con fotos de los desaparecidos buscados por sus familiares al final de la guerra. Este regodeo de imágenes desparramadas en su modesto estudio constituye el repertorio de recursos con los cuales Boris Lurie evoluciona hacia la consolidación de su identidad artística en un ejercicio de exorcismo que le es vital.  

En estas latitudes, la Cancillería Argentina llevó a cabo una política restrictiva para el ingreso de refugiados judíos durante la Segunda Guerra Mundial a pesar de ser el país con la segunda población más numerosa de judíos en América. En el año 1985 Jorge Luis Borges asistió al Juicio a las Juntas Militares que gobernaron nuestro país entre 1976 y 1983. En ese período desaparecieron miles de personas. Luego de escuchar los testimonios del testigo Victor Basterra lo único que pudo decir fue:  “¡qué horror!” Nuestro mayor escritor se había quedado sin palabras. Más tarde y ante algunos periodistas dijo: “siento que he salido del infierno. Este hecho no puede, no va a quedar impune”. El 17 de marzo de 1992, en un ataque terrorista una bomba destruyó la Embajada de Israel  y edificios aledaños en Buenos Aires causando 22 muertos y 242 heridos. El 18 de julio de 1994 un auto bomba (se presume) hizo explotar la sede de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) dejando un saldo de 85 muertos y al menos 308 heridos.

Hasta el día de hoy no se han encontrado a los culpables.

                                                                                Lic. Liliana Olmeda de Flugelman

                                                                                Curadora / Directora

                                                                                Museo Judío de Buenos Aires